miércoles, 16 de marzo de 2016

ACTIVIDAD DE NIVELACIÓN CONCERNIENTE AL TEMA DE GOBIERNO ESCOLAR, PARA EL GRADO 8.2


Hola apreciados estudiantes, su  misión si deciden aceptarla es: realizar una presentación en power point o en prezi, donde evalué las campañas de personería y controlaría de nuestra institución, los requisitos son:
10 diapositivas mínimo, en las que haya introducción, fortalezas, aspectos a mejorar y unas conclusiones, todo alusivo a las campañas. Deben enviarla antes de las 10:00 p.m del domingo 20 de marzo de 2016, al correo. profeedgarosorio@iecamd.edu.co


lunes, 7 de marzo de 2016

LECTURAS PARA EXPONER, GRADO DECIMO

   

     Lectura 1
¿Por qué temo decirte quién soy?, de John Powell, s.j.

…nadie puede crecer en libertad y vivir en plenitud sin sentirse comprendido al menos por una persona…


Día a día compartimos decenas de cosas insustanciales, pero no es lo único que tenemos que comunicar “tú puedes decirme quién eres tú, del mismo modo que yo puedo decirte quién soy yo”.

Pero ser persona no es algo estático, sino un proceso dinámico. Hoy no soy el de ayer y mañana no seré el de hoy. A pesar de admitir todo esto, la mayoría de las veces nos da miedo decir quiénes somos. Pero, ¿por qué?.

“Temo decirte quién soy, porque, si yo te digo quién soy, puede que no te guste cómo soy, y eso es todo lo que tengo”

Pero este miedo nos impide avanzar, y por tanto lograr felicidad e incluso amor.

La identidad real es algo que casi siempre llevamos bajo una máscara y no debemos extrañarnos porque es un reflejo natural; es parte de la condición humana. Aunque creamos que llega un momento de estabilidad total, esa creencia es falsa, o al menos no del todo verdadera ya que “nuestros estados del ego” fluctúan constantemente en función de las circunstancias.

Lo que somos se va forjando a través de la “programación” social e individual. El ser humano, plenamente humano, se libera gradualmente de su programación y se convierte en dueño de su vida, en actor de su obra.

En ocasiones recurrimos, para relacionarnos con los demás diversos “juegos”, es decir, maniobras, escudos, que llevamos cuando salimos a participar de la lucha de la vida. El problema de la supervivencia del yo a partir de este juego es la perdida del autoconocimiento y de la relación sincera con los demás.

Nos movemos en un constante cúmulo de “juegos”, de relaciones controladas por los “escudos”. “No es fácil ser honrado consigo mismo porque para ello hay que permitir que las emociones reprimidas puedan ser reconocidas como tales, y ello, a su vez, exige relatar dichas emociones a las demás”.

El texto que tenemos entre manos analiza todos los roles que podemos tener para “ocultar nuestra condición”: el egocéntrico, el frágil, el payaso, el fanfarrón, el hedonista, el intelectual, etc.

Pero el desvelamiento del ser-yo-mismo requiere sinceridad. Requiere de una aletheia que responde no solo a quién soy, sino quién quiero llegar a ser.

Maslow afirma que la persona plenamente humana mantiene un equilibrio entre interioridad y exterioridad. Ir de un extremo a otro es desequilibrio y falta de profundidad, pero como dijo Sócrates -o así escribe Platón en la Apología– “una vida sin reflexión no merece la pena ser vivida”.

Esto requiere una auto-aceptación: sentirnos a gusto con el cuerpo, con los sentimientos y emociones (positivas y  negativas), con los impulsos, los pensamiento y los deseos. Además debemos estar abiertos a nuevas sensaciones, pensamientos y deseos. Hay que aceptar el necesario cambio, el devenir -que diría Nietzsche-, porque lo que seremos es algo desconocido en lo que hay que adentrarse. El yo es siempre algo en potencia pero realista en sus limitaciones. Ese yo, ya lo hemos dicho, no necesita solo de la interioridad sino de la exterioridad, de estar-con-el-otro y ser-en-el-otro. Sufrir con los que sufren, alegrarse con los que están alegres… Empatizar, al fin y al cabo.

Martin Heidegger señala dos obstáculos que frenan este crecimiento del que hablamos, y en el que se centra la obra que comentamos:  1) contentarse con lo que hay y 2) la actividad desasosegada de quien busca algo más.

El resultado, elijamos uno o elijamos dos, es el enajenamiento. “En el amor debemos poseer y saborear lo que hay y, al mismo tiempo, aspirar a poseer (amar) más plenamente el bien. Este es el equilibrio conseguido por el ser plenamente humano entre “lo que hay” y “lo que está por llegar”.  En el amor, insiste Powell, el ser plenamente humano no se identifica con lo que ama.





LECTURA 2
LA MUTACIÓN DEL ÁNIMO
PUBLICADO EL MARZO 4, 2016
Las sensaciones eran tan frías como el metal.
Existían ríos caudalosos de leche y miel, mas eran insuficientes.
Los cielos, desnudos de alas y de juegos,
desprendían un silencio atronador.
Era un tiempo de vana magia, pleno en metamorfosis inmundas.
La emoción se rociaba de esperanza y el paladar,
desacostumbrado al néctar de los jardines más puros y deliciosos,
sucumbía de hiel y ácimos sabores.
Era un tiempo longevo en supersticiones, ahíto de tinieblas.
Las frentes albergaban sofismas inauditos y galimatías incomprensibles.
No se conocía el maleficio que el porvenir porta en sus dinteles;
tampoco se atisbaba el umbral de la fruición, ámbito de deleites supremo…
Todo era grisáceo y tibio, monótono y plano, sin relieve alguno.
Pero el vaticinio de las escrituras decía lo contrario:
llegará la hora de la alegría y la risa será una con vosotros;
cabalgareis distancias imposibles y los horizontes se llenarán de luz y color…
Entonces, sin motivo alguno, alguien comenzó un desenfadado juego,
y muchos le siguieron, como epígonos que persiguen el calor del fuego
en medio del invierno.
Fue, entonces, el momento radical del cambio,
los instantes del devenir amontonaban mutaciones,
a cual mejor y más fresca.
Fue el momento de esbozar jubilosas imprecaciones,
instante para invitar al desemejante a la risa y a toda su jocundia.
El tiempo estaba henchido de imaginación,
preñado de luz, encinta de buenas nuevas,
y ellos lo sabían, y reían con carcajadas descomunales.
El gris sucedió al multicolor matiz,
y la gama de cromáticas realidades prolongaba el éxtasis
y la embriaguez en los corazones de los otrora infelices seres del mundo…
Había sucedido y era imposible su cambio.

EL DISCURSO DE LA VERDAD
PUBLICADO EL FEBRERO 28, 2016
—Disculpe.
—si?
—Es que he visto que estaba usted adulando al poder.
—si, soy periodista.
—Pero, ¿cómo es posible que ello sea así y que no estén ustedes del lado de la verdad?
—ahh, la verdad!!! ¿Qué es la verdad?
—Pues yo no sabría definir qué clase de cosa es la verdad, pero podría hablarle de un vástago suyo que no difiere mucho de ella en lo tocante a la metodología que han de llevar aquellos que se preocupan por el interés público.
—¡Verdad!, ¡interés público!… ¿no será usted uno de esos idealistas que todo lo corrompen con su anhelo de corrección?
—Verá, me parece que los periodistas desempeñan una función de interés general fundamental para el adecuado desenvolvimiento de una sociedad sana y estable.
—Definitivamente es usted una lacra de esas que ve la realidad a través del tamiz de la puridad más execrable… con todo, hábleme, e ilústreme sobre esas verdades que usted guarda en sus alforjas. ¿Qué vástago quiere traer aquí, a éstos mis oídos inmaculados?
—Pues verá usted, señor periodista, se trata de la objetividad.
—jajajajaja!!!!
—Pero, ¿cómo?, ¿cómo puede usted mofarse de mí hablando como le hablo de tan excelso término?
—Es usted, no solo un iluso, sino también un loco de remate. La objetividad no existe, es una quimera, un delirio de aquellos que piensan que todo es equilibrio y armonía, que es posible una realidad sin los miasmas del subjetivismo, sin las máculas de la parcialidad…
—¿Pero es posible que piense así y acabe convirtiendo los datos en mero flatus vocis, transformando el mundo de lo humano en una sinrazón incomprensible, en una avalancha de sensaciones particulares y arbitrarias, que no satisfacen a nadie?
—Se equivoca de cabo a rabo: como buenos halagadores que somos, el mejor postor se lleva nuestros parabienes, nuestros mejores dividendos.
—Y ello, ¿no será porque son ustedes asalariados que dependen de una mano más poderosa que es la que les da de comer?
—¡Ay! ¡ay! cómo me duele la muela del juicio.
—¿No será que ustedes en vez de informar adoctrinan? ¿Qué en vez de narrar ideologizan a las gentes?
—¡Ay! ¡Qué dolor más intenso!
—Bueno, quizás le haya exigido más de lo conveniente a usted, señor periodista… a lo peor, con su formación, tan solo le son accesibles verosimilitudes más pequeñitas, alguna cosa más modesta y escueta, un nieto de ese vástago de que hablábamos anteriormente.
—Parece que mengua la comezón.
—¿Y si le hablo de la imparcialidad?
—¡Por quién me toma usted! ¿Acaso me toma usted por el asno de Buridán? ¿Es que cree, y puede mantenerse en su cabal juicio con ello, que es materializable eso que dice?
—Yo, a estas alturas, tan solo sé que no sé nada.
—Pero mire usted, amigo mío, si yo tuviera la potestad de la omnisapiencia, la virtud de la omnisciencia, y pudiera ejercerla como es debido otro gallo cantaría, pero soy mortal, y nada de lo subjetivo me es ajeno.
—Ya veo… bueno, mientras la sociedad crea que ustedes informan objetivamente, de acuerdo con la verdad, acorde con unos contenidos imparciales… no habrá problemas. Como dijo aquél, la mujer del César ha de parecer a los ojos del espectador honrada, además de serlo.
—Pues sí, parece que hemos arribado a una pequeña conclusión, nosotros, los contertulios que ideologizamos al populacho y dirimimos los contenidos del presente haciendo metabolizarlos de modo adecuado al espectador de la televisión y a los lectores de periódicos, que a veces nos enfrascamos en las dialécticas bizantinas sin final del “y tú más”, y confundimos—eso sí, interesadamente—a la gente para que se creen tendencias de opinión y derivadas de conocimiento…
—Me parece usted, señor periodista, un perfecto subproducto de esta sociedad de la imagen, de esta comunidad del sin esfuerzo, de este despropósito de la palabra fundamentada y auténtica. Con ustedes, se torció en algún momento la rama evolutiva de la historia humana, de sus desarrollos cognitivos, y acabó degenerando la situación en esto que hogaño vemos cada día en los televisores de los hogares: basura y más basura.
—No puedo tolerar tanta desfachatez, que tenga usted buenos días.




LECTURA 3

Agnosticismo y ateísmo
¿Es tán difícil distinguir entre ateísmo y agnosticismo? Quiero decir, mientras que aquellos que no procesamos ninguna fe tenemos que distinguir entre cristianos, mahometanos, hinduistas, tradicionalistas chinos, budistas, paganos, tradicionalistas africanos, sikhistas, espiritistas, judaistas, testigos de Jehová, shintoistas, zoroastrianos, neo-paganistas… a nosotros, generalmente se nos clasifica como “no religiosos” y en otro caso, directamente, como ateos.
Partiendo de estas definiciones y centrándonos en el antepenúltimo párrafo, yo soy Ateo (en el sentido filosófico más estricto), pero en el común y coloquial yo soy agnóstico puesto que no niego la existencia de un dios. Me explico: No creo en un dios concreto, ni cristiano, ni budista, ni nada, pero sí creo que hay algo. Esta es mi parte, filosóficamente hablando, atea, pero por otro lado también creo que nunca podremos saber con certeza si existe o no un dios o algo más, esta es mi parte agnóstica. Me explicaré mejor, siempre he pensado que no solo existe lo que vemos sino algo más, además siempre he pensado que la excusa de no creer en dios por ser más de ciencias es una patraña puesto que muchos de los científicos más conocidos en el mundo han acabado afirmando la existencia de un dios, sólo que éste no es el que todos creen (en el sentido religioso) no es un sabelotodo-todopoderoso-omnipotente, sino que es algo el cual es mayor que el conocimiento humano y el cual no se puede explicar. Es como si le preguntáramos a un científico por la creación del hombre, lo más lógico es que te explique el darwinismo, y si le preguntas de donde salieron las bacterias te responderá, y si luego le preguntas por los planetas te responderá, y si le preguntas por el universo te responderá, hasta que llegamos al Big Bang (pongo este ejemplo porque suele tomarse como “lo cierto” acerca del inicio del universo) y si le preguntas que había antes del Big Bang o como se causó al no saber la respuesta acabará diciéndote que Dios lo creo, pero repito que este Dios no hay que tomarlo como el término bíblico el cual creó la vida en 7 días porque va a ser que no. Sino que es todo aquello que supera al conocimiento humano. No se si me estoy haciendo un lío u os lo estoy haciendo a vosotros así que lo dejaré por hoy, otro día os explicaré mi pensamiento acerca del Mas Allá.










LECTURA 4
Filosofía y cambio político.

Este artículo fue publicado originalmente por el autor en el diario.es Extremadura.



Es un hecho invariable que nuestros políticos pregonen su mercancía ideológica con la retórica del cambio. ¿Pero qué cambio es el que quieren? Más allá de los que solo quieren cambios cosméticos (cambios para que nada cambie), los hay que pregonan la necesidad de una transformación política más sustantiva. Para esto proponen reformas constitucionales, o nuevos modelos productivos, pero apenas nada claro sobre educación (más allá de detalles nimios – como el asunto de la religión – o puramente políticos – como el pacto educativo –). La educación no esta en el centro del debate público en torno al cambio, cuando, paradójicamente, es lo único que puede hacerlo de verdad posible.

Decía Kant que no hay revolución que valga si antes (o a la vez) no cambian las personas, en el sentido, como mínimo, de alcanzar una “mayoría de edad” que les permita pensar y juzgar por sí mismas. Por eso, para que cambien las cosas, importa relativamente poco quien gobierne (la “casta” o la “gente” – ¿alguien cree, de verdad, que son tan distintos? – ), o que se abran uno o cien procesos constituyentes; lo que de verdad importa es que sean los propios ciudadanos los que se decidan a cambiar. Seguiremos siendo exactamente igual de corruptos, violentos, machistas, irresponsables e irreflexivos (en el grado en que lo seamos) si no nos convencemos de ser nada mejor que todo eso. Pero para convencerse no sirven de nada las leyes, ni cortar ejemplarmente algunas – muchas o pocas – cabezas; de lo que se trata, más bien, es de transformarlas. Las personas cambian cuando cambian sus ideas. Y de eso va justamente la educación. Cierto tipo de educación.

¿Qué educación necesitamos, si es que queremos, de verdad, cambiar las cosas? Indudablemente, una que tenga que ver con la propia naturaleza del cambio previsto. Nuestros problemas, de entrada, no son relativos a este o a ningún país en especial. Son globales. Es el mundo el que parece tomado por una misma y errática combinación de codicia, violencia, irresponsabilidad e ignorancia. Ni siquiera las democracias occidentales (responsables, en gran medida, de esa combinación depredadora e irracional) son ya las islas – exclusivas – de justicia y libertad que solían ser. Nuestros propios hijos no solo serán tan pobres como nuestros viejos sirvientes coloniales, sino también esclavos del difuso conjunto de élites e instituciones financieras que determinan, sin controles ni fronteras, la política de los estados y, cabe decir, el destino del planeta entero. Poner bridas democráticas y racionales a esta fuerza codiciosa y ciega exige, no élites de intelectuales dirigiendo masas de obreros que ya no existen, sino una masa crítica de ciudadanos educados y convencidos de la necesidad del cambio, inmunes a mitos y sofismas, con una visión integral de los problemas, y con la suficiente lucidez moral para afrontar los retos e incertidumbres que aceleradamente se generan en un mundo cada vez más globalizado.

¿Qué tipo de educación podría generar esa masa crítica de ciudadanos? Esa es la pregunta que debemos hacernos. La respuesta no es fácil. Pero si que podemos ir despejando opciones, y haciendo alguna sugerencia. La educación que necesitamos no es, desde luego, la que ahora tenemos. Pero tampoco la que muchos proponen como panacea: la que es poco más que adiestramiento laboral, formación de “capital humano”, o innovación científica dirigida por el mercado. No es la educación del informe PISA, ni la del Plan Bolonia, ni la obsesionada con el I+D+I. Esos modelos educativos son, sin duda, perfectos para aumentar la competitividad, pero no para cambiar el mundo. Si la educación general se confunde con un concurso de ciencias, tecnología e idiomas, marginando todo aquello que genera reflexión crítica, comprensión holística y diálogo en torno a fines y valores (todo lo relacionado, por ejemplo, con la filosofía y las humanidades), no me imagino cómo podría prender en la gente ese cambio civilizador a escala planetaria que necesitamos.

He mencionado a la filosofía. Es cierto que soy profesor de esa materia. Y seguramente no tan objetivo como quisiera. Pero estoy convencido de que la filosofía cambia profundamente a la gente. Como poco (y ya es mucho), la educación filosófica contribuye decisivamente a formar ciudadanos críticos y personas íntegras (justo las dimensiones que faltan al individuo acrítico y desintegrado de la sociedad global para aspirar a ser un sujeto político eficiente). En el orden de los procedimientos, la filosofía enseña a tomar distancia, a analizar y valorar la realidad desde perspectivas distintas, y sustentar los propios juicios en un diálogo racional con los otros y con uno mismo. En un sentido más sustantivo, la filosofía nos da a conocer las ideas que sostienen y rigen nuestros juicios, deseos, emociones, acciones y pasiones, proporcionándonos, así, la posibilidad de cambiar (nos) desde la raíz. No sé que otra cosa que la filosofía podría garantizarnos tal nivel de libertad y de poder de transformación (la religión, por ejemplo, suele ser más conservadora, y su reino demasiado alejado de este mundo – tal vez por eso parezca ser el complemento espiritual ideal del neocapitalismo globalizado y de su aséptica ciencia –).

Ha sido la filosofía, desde Sócrates a Russell, Habermas o Derrida, y no ninguna otra ciencia o saber, la que (entre otras cosas) inventó para Europa algo históricamente tan novedoso y revolucionario como el ciudadano crítico (distinto del súbdito fiel, el confiado creyente, o el individuo permanentemente distraído de nuestros días). No podemos renunciar a esa conquista, que es, además, la condición de todas las que puedan venir detrás. Por eso, cualquier diseño educativo que tenga como fin transformar realmente las cosas ha de disponer la formación filosófica como un objetivo primordial. Hace unos días, como en una aparente y premonitoria confabulación, reivindicaban lo mismo las Reales Academias españolas, se lo oía decir, en una magnífica conferencia, al profesor Antonio Campillo, y lo leía, a la vez, en un artículo, circulante por las redes, de The Washington Post, en el que, además, se planteaba seriamente la necesidad de implantar la formación filosófica para niños, un viejo proyecto del filósofo americano Matthew Lipman. El mensaje común era el que venimos repitiendo aquí: dada la inanidad a la que ha llegado el debate político – y los retos a los que la globalización nos enfrenta – , es imprescindible una regeneración radical de nuestra condición de ciudadanos. Frente a la jungla neoliberal, el mundo tiene que reconstituirse como una nueva y compleja cosmopolis, dirigida por y para la gente, desde luego, pero por gente que sea realmente “mayor de edad”. El filósofo Platón decía que este mundo no tendrá arreglo hasta que no gobiernen los más sabios. Si esto admite traducción democrática, diríamos: hasta que la mayoría de los ciudadanos no sean, en cierto modo, filósofos. Y ese ha de ser el objetivo primero de la educación. Filosofen, por favor, sobre ello.